El gran Del Piero contaba que una de las cosas que más le llamó la atención cuando aterrizó en la Juventus era que los jugadores estrenaban todos los días medias, de un blanco impoluto, simplemente para entrenar. Detalles casi ya en la prehistoria del fútbol que describen el carácter de una dama muy poderosa, un tanto arisca y exigente hasta el infinito que muchos años después vuelve a pavonearse entre los grandes de Europa. Ganar para la Juventus, en palabras de su presidente de honor Giampiero Boniperti, no es importante: es la única cosa que importa. Por eso para la Juventus llegar hasta las semifinales de la Champions League doce años después no es un éxito sino prácticamente una obligación como el mejor club de Italia, dominador con puño de hierro desde hace casi un lustro, sustentado por una dirección deportiva acertada, el dinero de la familia Agnelli y, sobre todo, de un nuevo palacio para la «Vecchia Signora» de Italia que lo ha cambiado todo.
La Juventus, símbolo durante décadas de la aristocracia y el poder, porta hoy la bandera de la renovación, del cambio y del trabajo bien hecho. Buena parte de ello se lo debe al Juventus Stadium, el primer estadio propiedad de un club italiano, levantado además sobre los cimientos del frío y triste Delle Alpi. El coliseo se inauguró el 8 de septiembre de 2011 con una emotiva ceremonia presidida por Del Piero y Boniperti que de alguna manera marcó el inicio de la reconquista de la Juve, que ha ganado los últimos cuatro scudettos casi por aplastamiento. El estadio ha renovado al club por dentro, dotándole de unos ingresos inalcanzables hasta entonces, pero también por fuera porque se ha acercado primero a su propia afición y luego al resto de Italia gracias a una acertada política del cuarto Andrea Agnelli, hijo de Umberto y sobrino del legendario l’Avvocato, Gianni Agnelli.
Aunque el club todavía se mueve lejos de los números de grandes como Real Madrid o Barcelona, el nuevo estadio permitió a la Juventus multiplicar por tres sus ingresos por la venta de entradas y abonos, alcanzado la pasada temporada 41 millones de euros, una cifra que tampoco queda demasiado lejos de lo que ganan Borussia Dortmund o Liverpool y que, a su vez, significa el doble de lo que perciben los competidores directos de la Juventus a nivel nacional. «Cuando me hice con las riendas del equipo, sabía que tenía que darle la vuelta al club tanto a nivel deportivo como en los despachos», explicaba años atrás el propio Andrea Agnelli, que aterrizó en el sillón presidencial a mediados de 2010.
La referencia inglesa
El nuevo estadio, una maravilla arquitectónica digna de la majestuosa ciudad de Turín, tiene capacidad para 41.000 espectadores, palcos VIP, una veintena de restaurantes y bares, una zona comercial, una sala de conferencias y un moderno museo en el que otras cosas se puede ver la libreta de Marcello Lippi con las instrucciones tácticas de cara al partido de vuelta de semifinales de la Liga de Campeones de 2003 en el que los italianos se impusieron 3-1 a los «galácticos». Otro detalle que revela el orgullo de una Juventus -arrogancia según los rivales- que siempre presume de su pasado, de ahí que el nuevo estadio tenga su propio paseo de la fama con las 50 estrellas más grandes de su historia. La Juve ni siquiera reniega de su pasado más oscuro al reivindicar como suyos los dos títulos de liga que le arrebataron por el bochornoso escándalo del Calciopoli.
«Hace menos de veinte años Italia era un ejemplo para ingleses, alemanes y españoles, pero nos han sobrepasado en todos los aspectos. Necesitamos que la gente vuelva a las gradas. Nosotros, gracias al nuevo estadio, hemos alcanzado un 95 por medio de asistencia media mientras el resto ronda el 50 por ciento de ocupación», critica Agnelli, que entiende que la Juventus necesita que el fútbol italiano se recupere para seguir creciendo y poder acercarse a los grandes de Europa, de ahí que ponga a la Premier League como ejemplo.
Aplausos y títulos
Una de las claves del éxito del nuevo estadio de la Juventus es que se diseñó a la medida del público. No será uno de los más grandes de Europa pero sí uno de los más cómodos, con precios populares para los jóvenes y parte de una tribuna reservada a las familias con el objetivo de que los niños vuelvan a poblar la grada, el mejor antídoto posible contra los radicales. Por eso, encontrar una entrada muchas veces se convierte en una misión imposible, y por ello también el que lo logra suele repetir porque el ambiente es una delicia, nada que ver con lo de Delle Alpi. En Turín se respira un aire similar al de ciudades tan futboleras como Dortmund o Liverpool. Otro santuario de obligada visita.
Los aficionados, claro, encantados porque además los resultados acompañan. Ganar el scudetto se da ya por descontado y se ansía la vuelta a la elite del fútbol europeo. De momento el Juventus Stadium pone de su parte ya que en los 100 partidos disputados hasta la fecha solo se han marchado con una victoria bajo el brazo Inter, Sampdoria, Fiorentina y Bayern de Múnich. El Real Madrid empató aquí en su visita del año pasado durante la fase de grupos.
El continente ayuda pero es el contenido, los futbolistas, el que marca los goles. Aquí también saca pecho la remozada Juventus porque la gestión deportiva en el último lustro ha sido sobresaliente, primero con el arquitecto Conte y ahora con el paciente Allegri, con el que el equipo ha perdido una pizca de vistosidad para recuperar un estilo más italiano, hasta el punto de que el comandante Pirlo se mire en el espejo del equipo más italiano de Europa a día de hoy: el Atlético de Madrid del Cholo Simeone, el mismo que se quedó hace un año a medio suspiro de levantar la Champions. Ahora es el turno para la «Vecchia Signora» italiana, más vigorizada que nunca gracias a un proyecto que nació de las cenizas de Delle Alpi .